miércoles, 26 de agosto de 2009

Gimiendo, las hojas que piso como una red
podrida de anzuelos,
me estiro
y recaigo
en octubre de 2007,
cuando poseía, al menos, mi rostro.

Y es distinto
al vómito,
a lo olvidado,
es aquello ahí acentuado,
expectante para poder ceder:
dar pasos en la idea de no estar en mí.

Mi cara mecida de vientos
y nadas
va enraizando el silencio.


se va acabando este verano de madrugones, de trabajar diez horas diarias,
de fotos antiguas, muy antiguas. de viajes sin retorno, de ausencias.
de esta isla. el domingo vuelvo.