martes, 3 de mayo de 2011

una ventana al mundo

(perdonadme, de verdad, pido perdón a aquellas personas que sientan compasión, les guardo un profundo odio)

Me diréis que no tengo derecho a contar esta historia, pues no es mía. Sé que no me pertenece. Pero Juan Echegaray quiso que contase su obsesión, su breve locura. En 1994 Juan pudo exponer en el Reina Sofía. Después de meses (quién sabe si fueron años) de trabajo, por fin acabó su obra El ojo y el espejo. Pude saber por los periódicos que el Reina Sofía había estado tanteando su obra, en un artículo dominical de El País del 11 de abril de 1993 leí que estaban ampliando el museo, estaban comprando obras de artistas del país. Decían que pretendían comprarle al MACBA toda la obra de Echegaray. Recuerdo ese día por la calidez de la sombra, se nos había echado encima el verano. Salí de casa y me dirigí a la cabina de la esquina, en Alhamar con Camino de Ronda, llamé a Juan, me dijo que me pasase por su casa y hablaríamos del artículo y de la exposición.

Casi a las doce y media llegué a los pajaritos, bajamos al bar de tapas que había en la esqiuna, debajo de su balcón y estuvimos charlando. Me explicó que le había llamado el director del museo, que pretendía comprar sus obras, y que quería financiarle sus futuros proyectos. Con cierta tristeza me dio a entender que su obra ya no le pertenecía, literalmente había vendido todos los cuadros que había hecho entre el 87 y el 91 al MACBA, y que por tanto, no vería un duro de esa compra, es más, poco importaba si lo compraban o no, ello sólo contribuiría a inflar el precio del próximo cuadro. Por otro lado, ambos sabíamos que lo que pretendía el Sofía era algo bastante difícil, Juan no estaba precisamente interesado últimamente en la pintura, intentaba profundizar en la escultura, en su taller arañaba formas al bronce, intentaba la profundidad que según él carecían sus cuadros, me explicó que más que una profundidad espacial era una profundidad distinta, pretendía hacer una escultura que fuese capaz de atrapar al espectador, comerle el espacio entero, como una gran boca, como si fuese un agujero negro que fuese capaz de inquietar a todo aquél que se presentase delante de la escultura, lo que él se atrevía a llamar un robaalmas. No puedo negar que era un poco presuntuoso pues jamás fue capaz de empatizar con nadie, ni siquiera con Julia y no le culpo, pero es evidente la dificultad de arrobar a quien desconoces. Aún con todo no se puede negar que si era grande era gracias a su ambición, a la pasión que había en sus manos sudorosas. Continuó explicándome que tenía pensado vender su piso de los pajaritos y mudarse a las afueras, a cualquier pueblo, necesitaba espacio (tal vez soledad) para poder esculpir. Nos despedimos con un abrazo y tuve la sensación que pasarían semanas hasta que volviese a saber de él.

Entre abril y julio anduvo encerrado en una casa que había comprado en la sierra, el trabajo era incesante, había noches que ni dormía tratando de hallar el modo de estirar aún más las figuras humanas, tratando de eclipsar su propia imagen del hombre. En agosto algo cambió, me contó que una pesadilla le despertó alterado. Debían ser las 4 o las 5 de la madrugada, ni siquiera intentó volver a dormir, sino que se vistió, preparó café, encendió un cigarro y agarró un lienzo. Hacía meses que no pintaba nada, estaba en la etapa que él llamaba ‘sólida’. No sé qué le dio por dejar de nuevo la escultura, con toda esa fijación que tenía con los moldes, las formas, plasmar en bronce, cierto humanismo. Esa noche intentó pintar y fue incapaz. ¿Nunca ha intentado describir un sueño y le ha resultado imposible? Juan entendía que los sueños no es que fuesen piezas de un puzzle que hay que ordenar y colocar en su sitio sino que más bien eran piezas de distintos puzzles que no encajaban más que aparentemente, y la locura de la raza humana consistía en querer creer que las piezas encajan. Sé, por lo que me dijo, que se pensaba en (estaba obsesionando con) un sueño. Al principio no me dijo nada más, tampoco pregunté. Pude intuir que cuanto saldría de su boca serían ambigüedades y falsos mitos. Mentía y decía que quería pintar un espejo, no un espejo normal y corriente, no un marco circular en un lienzo en el que se ve reflejada la cara de una persona mientras ésta nos da la espalda, no. Dibujar un espejo. Dibujar el reflejo del mundo, el perfecto espejo. Al parecer él afirmaba que los espejos eran incapaces de reflejar el mundo, los espejos están ciegos, son opacos como esfinges. Los espejos no pueden ver más allá de cuanto se les muestra. Un espejo debería servir para ver el mundo, pero sólo nos miente. No es que diga una mentira sino que dice millones, en cada segundo de cada minuto todo espejo está mintiendo, nos dice “el mundo es esto”. Juan parecía estar buscando una ventana desde la que ver el mundo. No sé a qué se refería con aquello de ‘opaco’. Una palabra tan fuera de lugar, tan sucia a su vez. Según me dijeron estaba perdiendo el juicio y la razón, después de todo los espejos jamás mienten, dicen todo lo que ven y todo lo que saben, distinta es la mentira de la verdad, quien no conoce no puede mentir, es una actitud psicológica. Juan contestó que él no era zurdo aunque un espejo afirmase que pintaba con la mano izquierda. Supongo que en ello llevaba razón, pero realmente qué importa, era incapaz de trazar una sola línea, se veía completamente superado. Horas y horas delante de un lienzo, una vez pude verle temblar. Intentaba hacer su trabajo. Pero jamás podría dibujar una ventana al mundo, no puede dibujar correctamente algo que no existe. Él afirmaba que la realidad y los espejos son mentirosos, se olvidan de muchas cosas y dicen falsedades, él pretendía el mundo. Alguna vez preparaba colores que acababa desechando por ser demasiado plásticos. El mundo que Echegaray veía no es muy distinto del mundo que alguna vez creyó vivir Spinoza. Planteaba que la realidad era única e insustituible, que detrás de las aparentes individuaciones había una convergencia absoluta entre todas las cosas. “Aquí el mundo perplejo viviendo las trampas y las mentiras de la parte”. Llegó a insinuar que podía vivir mi mente pues eran esencialmente lo mismo, se le fue de las manos, a decir verdad no sabría cómo hablarlo, achacárselo, le tentaba la muerte, pude darme cuenta que más allá de lo que la muerte pudiese significar, interpretaba la muerte como algo materialmente equivalente a la vida pues cuando aparece la muerte los órganos se descomponen en lo que para él era la fiesta de los microbios y así seguía el mundo, así seguía la vida y la muerte, día tras día efectuándose en la materia.

Las largas noches que pasaba en vela, sus luchas, eran los puntos cardinales de su cordura, muy a su manera se mantenía en pie, sólo podía nutrirse de ello. Debía conseguir ese cuadro, debía ser capaz de condensar al mundo y enfrentarlo a sí mismo. Ser capaz de escupirse a sí mismo una verdad tan grande que no fuese capaz de asumirla aunque en la cuna de sus certezas ya la supiese. Una vez estuvo cerca, muy cerca de conseguirlo, o eso creyó. Julia pensaba que jamás volveríamos a verle de otro modo, que su vida siempre transcurría por obsesiones y que esta se nutría de sí mismo, era autodestructiva, que acabaría llevándoselo por delante. Se equivocaba, pude saber que con el tiempo fue dejándolo correr, no sé cómo pero pudo olvidarse. Una vez lo vi llorar después de una conversación telefónica, jamás quise preguntarle.

3 comentarios:

Ferran dijo...

No es tuyo, ¿verdad? Quizás sí, pero no es tu estilo, aunque me gusta mucho. Solo que no encuentro nada en google, quizás sí es tuyo. Si lo es, me abrumas y mucho.

Anónimo dijo...

Es suyo.

Anónimo dijo...

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